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Ucrania, Auschwitz: el antifascismo del día después


Traducción y adaptación de Stefano Redi (para leer la versión original pulsa aquí).

Me entero por un amigo sacerdote que el peregrinaje parroquial de este año a los lugares sacros de la Polonia mariana, tocará también al ex campo de exterminio de Auschwitz, al fin de “promover una reflexión sobre el mal”.

Es cosa buena y justa honrar y llorar a las víctimas inocentes de un crimen. Entre 1933 y 1945 el nazi-fascismo ha dejado en el campo, entre persecuciones y guerra, más de 50 millones de victimas, la mayoría civiles.

Lo que hoy más inquieta, además de las dimensiones de la matanza, es el hecho que esta ideología de muerte ha sido apoyada o tolerada por la población italiana, alemana y colaboracionista de la época. Que la militarización y las persecuciones hayan tenido lugar ante los ojos y con la colaboración de una sociedad condescendiente si no entusiasta. Y que sobre todo, para condenar estas matanzas con conmemoraciones, peregrinajes y “reflexiones sobre el mal”, se haya diligentemente esperado que sus autores fueran militarmente derrotados, es decir, cuando ya fue demasiado tarde. Hay algo deprimente, además de hipócrita y cobarde, en denunciar los crímenes de los perdedores, en el encarnizarse con los cadáveres fríos de los torturadores cuando los muertos no pueden ya ser salvados, en reconocer el mal solamente después que ha estado proclamado como tal por quien ha ganado.

Hay también algo muy peligroso. Porque las denuncias de los crímenes colectivos se reducen así, a un ritual palingenésico consolatorio y socialmente codificado, un ritual que, en su conformismo, promete exactamente el mismo mecanismo de adhesión de las masas que había caracterizado la vilipendiada ideología de guerra y exterminio, preparando así el campo para su vuelta. En efecto, mientras alumnos de excursión y parroquias se purifican gastando algunas lagrimas sobre el pasado enmendable de Auschwitz (o, por lo más ecuménicos, sobre los gulags soviéticos), la sociedad y los gobiernos que pretenden fundarse sobre el rechazo de aquel pasado producen y apoyan matanzas de civiles y genocidios, abren campos de concentración y centros de torturas, ocupan, bombardean, saquean, violan, desestabilizan y mienten a sus conciudadanos. Y todo, también hoy, en la substancial condescendencia de la mayoría de las personas, porque los crimines de los ganadores, de los aliados, de los “buenos”, - los nazistas ayer, el occidente atlantista hoy - son un mero tropiezo en un recorrido sustancialmente virtuoso, si no de fantasías complotistas.

Pero la historia puede también ser irónica. Y la prueba de la naturaleza intrínsecamente tardía (y por esto inútil) de este antifascismo nos la sirven sobre una fuente de plata la reciente “crisis ucraniana”, donde las violencias de estampa nazi-fascista vuelven a escena no solo en la sustancia sino también en los símbolos, creando un cortocircuito histórico que nos devuelve también formalmente a un pasado que nos jactamos de haber derrotado.


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