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Socialismo para ricos


Traducción y adaptación de Stefano Redi (para leer la versión original pulsa aquí).

El socialismo para ricos es la transferencia sistemática e institucional de recursos públicos a sujetos económicamente más aventajados de la sociedad. El socialismo para ricos es una redistribución al revés, desde abajo hacia arriba, que absorbe recursos de la colectividad para concentrarlos en las manos de poquísimos privilegiados (bancos, empresas multinacionales) y de sus vasallos (los políticos)

El socialismo para ricos es un objetivo político. Entender su naturaleza y sus instrumentos permiten entender la aparente contradicción política, que mientras sermonea sobre la reducción del rol del Estado y la primacía de la iniciativa privada en la economía, en realidad aumenta los impuestos y vigilancia del erario con efectos macroscópicamente destructivos sobre la capacidad productiva y la ocupación.

El equívoco es cuidadosamente cultivado. La narración política y periodística amplifica la imagen de un sector público “arrogante” e “insostenible”. La intolerancia de los ciudadanos aumenta: no solo por inducción de los medio de comunicación, también porque la carga de la “mano publica” se hace pesada bajo el empuje de una deliberada acción legislativa ya que necesitamos “reformas”. Es un esquema circular, como la proverbial rueda del hámster: impuestos y burocracia oprimen el País; los políticos responden substrayendo recursos al sector público y ganan consensos; simultáneamente (y por cuanto sea posible secretamente) suben impuestos y burocracia; se vuelve al punto de salida.

El socialismo para ricos se coloca precisamente en la horquilla entre subida del gasto público y el empobrecimiento del sector público. “Derroche” y “corrupción” son las etiquetas más en boga para justificar – sobre bases económicas rigurosamente nunca demostradas pero de segura presa emotiva – la paradoja de un gasto y endeudamiento que sigue subiendo a pesar de los recortes. Para las élites económicas esta paradoja por converso es lo que es en la realidad: un tangible y jugoso superávit.

La plebe es adiestrada en considerar el Estado ineficiente, endeudado y derrochador. El desastre ético crea la percepción de un desastre económico: lo público es una carga que en el mejor de los casos no tiene valor y por esto tiene que ser eliminado para dar oxigeno al mercado. Pero una vez que está en la basura, los dueños de los mercados, se abalanzan sobre él. Ellos que razonan con números y no con sugestiones, saben que el gasto público es siempre renta privada y que la riqueza de un Estado, es por un privado, el botín más codiciado. Por muchos excelentes motivos. Porque el Estado es rico: posee reservas áureas, empresas, inmuebles, islas, monumentos, dominio público etc. que puede poner a garantía casi ilimitada para hacer frente a sus compromisos económicos. Porque el Estado es potente: con la coacción de la ley puede requisar partes considerable de la riqueza producida y poseída de algunos ciudadanos y distribuirla a otros. Porque el Estado gestiona sectores donde la demanda no conoce crisis: sanidad, pensiones, seguridad, educación, energía. Porque el Estado es el single entry point, la central de compra de una inmensa platea de consumidores: su entera población.

Por quien tiene los medios, se trata solo de (hacer) escribir leyes que permitan de desviar sistemáticamente esto rio de riqueza en sus propias albercas. Lo que sigue es una lista – incompleta y de profundizar – de aquellas ya en marcha.

Deuda forzada. Es la vía maestra: manantial de enriquecimiento de los ricos y en la ocurrencia leva de chantaje político para imponer todas las otras medidas. Un Estado que, como el nuestro, por ley puede financiarse solo endeudándose con privados, debe tasar cada uno de los euros de gasto publico aplicando intereses. Si los ciudadanos reciben 100 deben devolver 102. La diferencia se la quedan los especuladores: el sueño prohibido de cada rentista.

Congelación del cambio y de la inflación. Son las condiciones indispensables para maximizar los beneficios de la deuda. El cambio fijo (euro) y los controles sobre la liquidez (BCE) hacen que los intereses madurados por los especuladores no pueden devaluarse y entonces, especularmente, el Estado se empobrece en términos reales.

Externalizaciones. Sin las fabulas sobre mercado y competencia, las privatizaciones que gustan a los inversores son aquellas que consienten tomar el relevo al Estado en los sectores más rentables y estratégicos manteniendo el monopolio de gastos. Contratistas de grandes obras, gestión de monopolios naturales, sanidad y educación concertada, fondos de pensiones, transferencias y reclutamiento de trabajadores por medio de agencias son solo algunos casos donde el privado hace el trabajo del público haciéndose pagar da el publico al amparo de los riesgos del mercado. Las tarifas, concordadas en restringidas sedes políticas, tienen generosamente en cuenta el lucro y hacen subir el gasto público (o disminuir los servicios). El último caso de escuela es la reforma sanitaria de Obama.

Privatizaciones? La historieta nos cuenta que las privatizaciones servirían a hacer más eficientes las empresas y las actividades en manos públicas. En la realidad, un inversor con tino releva solo lo que es ya eficiente y rentable. Toma solo lo que tiene valor y es rentable y todo lo que no genere beneficios (bad company y/o bad bank) a la colectividad. En otros casos entra en el accionariado de empresas públicas dejando el control – o sea la responsabilidad y la garantía – al Estado y drena dinero público a través de los dividendos.

Guerra. La percepción de una amenaza por la seguridad pública o por la paz es una fiesta para los grandes contratistas, porque en el nombre de la emergencia se derogan los mecanismos de controles sobre el gasto publico. El gobierno USA presupuestó 40 mil millones de dólares para la guerra de Iraq. Ha gastado más de 800, casi todos a beneficio de pocas corporaciones bélicas y sin ningún beneficio para los contribuyentes. En un Occidente aterrorizado y dependiente de los medio de comunicación crear “demanda” de guerra y pregonar terrorismos y dictaduras es una inversión irrisoria respeto a las ganancias astronómicas que se esperan.

Ventajas Fiscales. Si por absurdo (!) aplicásemos la Constitución que obliga a la progresividad fiscal, las subida de los impuestos que sirven para alimentar el beneficios de los ricos caerían con todo su peso también sobre estos últimos en medida más que proporcional. Para rodear esta tutela el grande capital pide y obtiene concesiones (por ejemplo detracciones sobre los productos financieros), tratos de favor (concordatos, amnistías…), el recrudecimientos de impuestos regresivos (IVA), practica deslocalizaciones, triangulaciones fiscales y simula pasividad.

Como en el socialismo real, también en el socialismo para ricos se contraponen dos clases de individuos: una oligarquía dominante y una masa sumisa. En sendos casos el instrumento principal es una narración dogmatica a uso y consumo de las masas pero no de los dominadores.

En la URSS, en modo especial después de Stalin, los burócratas tenían un estilo de vida lujoso, capitalista y clasista, diametralmente opuesto a los sobrios ideales comunistas que prescribían al pueblo. Mas descaradamente, en el socialismo para ricos, las masas están educadas a la adoración del mercado y de sus corolarios de riesgos, meritos y competencia, a la renuncia de las garantías – derechos, mutualidad, el compartir los recursos vitales, universalidad de asistencias y servicios – de una organización estatal. Esto pero no concierne la oligarquía financiarías e industrial. Esta mientras los pequeños se debilitan en la guerra de la competición económica, encuentra en el vilipendiado Estado el “puesto fijo” que niega a los débiles, un enriquecimiento seguro y sin riesgo y el brazo, si ocurre armado, de unas transferencias de recursos institucionales y constantes.

El sueño o la pesadilla de un mundo privatizado es negado da los hechos. Las subidas de los impuestos, de los reglamentos y de la vigilancia, no solo fiscal, demuestran que la idea de Estado sigue gustando sobre todo a quien dice solamente en palabra que le da asco. Los liberales tontos se lamentan y ladran a la luna por los derroches, los derechos adquiridos, la cobardía hispánica y miles otros útiles mitos. Los liberales listos, callados, disfrutan los frutos de un socialismo esta vez, en fin, a medida de los ricos.


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